Extensos artículos sobre la calamitosa situación de la producción cafetalera cubana fueron publicados por los periódicos Trabajadores y Juventud Rebelde, en abril. Según el autotitulado órgano de los proletarios cubanos, “el país requiere importar hoy más de 19 mil toneladas de café por un valor aproximado de 50 millones de dólares para garantizar el consumo de este producto que tradicionalmente constituyó una importante fuente de ingresos en divisas.”
Esto significa que al igual que el azúcar, el café desde hace rato ha dejado de ser un producto exportable para convertirse en otro renglón de importación, con los subsiguientes dificultades financieras para Cuba. Desde los años 1960, su venta a la población está racionada, por mucho tiempo a razón de 2 onzas cada 10 días por persona, mezclado en más del 50,0% con chícharo u otros granos. A finales de 2005 comenzó a venderse 4 onzas mensuales de café -supuestamente puro- a 5 pesos cubanos.
El cultivo del cafeto en Cuba tiene una rica tradición y su consumo se relaciona con la idiosincrasia del pueblo cubano, demostrado en el folklor y la literatura. Su introducción en la isla data de mediados del siglo XVIII, alcanzando en los primeros decenios del XIX un extraordinario peso económico al calor de la revolución en Haití, traído por los emigrantes franceses y sus esclavos. Al destruirse la riqueza cafetalera allí y transferidos los conocimientos se incrementaron los cafetales y con ello la exportación del grano.
Lamentablemente, debido a sucesos relacionados con las contradicciones arancelarias entre Estados Unidos y la metrópoli española, la falta de fuerza de fuerza de trabajo esclava para su recolección, la feroz competencia brasileña y de otros países de la región, así como de la industria azucarera, y más tarde la destrucción de los cafetales durante las guerras de independencia y los efectos devastadores de fenómenos meteorológicos, hicieron declinar la producción cafetalera.
Durante los primeros 25 años del siglo XX, Cuba se convirtió en importador de un promedio de 25 millones de libras anuales, lo que empezó a cambiar en 1928 al entrar en vigor aranceles proteccionistas que estimularon el cultivo. Así, a partir de 1931 se comenzó a exportar pequeñas cantidades de café, y la cosecha de 1955-56 llegó a cerca de 60 000 toneladas, con exportaciones anuales de unos 4 millones de dólares y la satisfacción del consumo nacional.
El café cubano siempre tuvo altísima calidad. Las principales zonas productoras han estado en Guantánamo y Santiago de Cuba al oriente, con producciones también en las montanas del Escambray al centro del país, y en menores cantidades en la Sierra de Los Órganos en Pinar del Río, al oeste. Desde 1990, los anuarios estadísticos de Cuba no brindan datos sobre la producción cafetalera. Con posterioridad a 1970 los montos más altos logrados fueron en 1974, 1982 y 1988 con cosechas que alcanzaron las 28 000 toneladas.
El artículo de Trabajadores reconoce que “Cuba llegó a producir 60 000 toneladas de café. Ahora a penas alcanza el 10,0% de esa cantidad. Para sustituir las importaciones necesita no menos de 29 000 toneladas del grano limpio.” Con el incremento del turismo, por supuesto, las necesidades de compras en el exterior continuarán aumentando, pero de proseguir la tendencia actual se perderá una excelente oportunidad de que florezca una producción que puede dar magníficos aportes a la economía y satisfacción a los cubanos que hoy carecen del producto, si no tiene la moneda convertible para pagar los 3.35 CUC (4.31 US dólares) por un paquetico de 250 gramos de café cubano en las tiendas del Estado, prácticamente el equivalente a la cuarta parte del salario medio mensual.
Sobre las difíciles condiciones productivas en las provincias de Santiago de Cuba y Guantánamo, Juventud Rebelde señala que entre 1970-2000 la producción cayó en un entorno del 75,0% en la más oriental. Ante esta descomunal catástrofe, a partir de enero de 2010 el Estado incrementó los precios de acopio del café, que hasta este momento se encontraba en desventaja en relación con otros cultivos. Aunque esto podría tener consecuencias positivas, es probable que si no se adoptan otras medidas, difícilmente se resolverá el problema.
Las condiciones de vida en las montañas donde se cultiva son pésimas, y si no mejoran continuará el éxodo de los cultivadores hacia el llano. Allí es muy difícil encontrar transporte y hay gran aislamiento. Prácticamente no existen posibilidades de adquirir suministros ni herramientas para un cultivo que no es mecanizable, y por tanto requiere considerable fuerza de trabajo para la recogida de la cosecha en zonas muy agrestes.
Las plantaciones son muy viejas, no han tenido el mantenimiento ni la reposición indispensables; las instalaciones de secado y despulpadoras están deterioradas, por tanto es fundamental la rehabilitación intensa e integral, comprendidos los viveros para el suministro de posturas. A ellos se une otro problema muy serio. A diferencia de otras producciones en que los campesinos tienen que entregar parte de las cosechas, para el café existe un mercado único y obligatorio: el estatal. El agricultor que intente burlar ese monopolio, es castigado severamente.
Por todo lo anterior, la recuperación de la producción cafetalera no sólo dependerá del alza de los precios de acopio, sino de muchos otros factores que incentiven su incremento para contribuir al consumo nacional y aportar a la exportación. De otra forma y con la tendencia actual, llegará el momento en que únicamente quedará en las canciones. Posiblemente ni negros ni blanco tomaremos café.
La Habana, de mayo de 2010
Oscar Espinosa Chepe
Economista y periodista independiente