LA CURRA DE CUBA
SALADRIGAS, LA IGLESIA Y LA UTOPIA BARATA
Por: Iliana Curra
Acabo de llegar de una conferencia realizada en la Iglesia St. John the Apostle en Hialeah. El orador fue, nada más y nada menos, que el empresario Carlos Saladrigas, quien desde hace algún tiempo está sumamente interesado en convencernos de que en Cuba se están realizando cambios. Esos cambios, según sus propias impresiones de sus viajes a la isla con autorización dictatorial, no son más que los llamados “Paladares” con cuatro mesas, la venta de guarapo sin caña, y el pan con croqueta de sabe Dios qué cosa. Pues los cubanos que vivimos y sufrimos ese sistema, sabemos bien de dónde proceden los “inventos” para sobrevivir en un sistema que, cuando te permite algo, es porque la desesperación lo obliga, y lo importante es la apariencia para engañar a quienes de antemano, quieren ser engañados para lograr luego sus propósitos.
Y es que Carlos Saladrigas es el mismo que gastó miles de dólares en el alquiler de una avioneta para contar cuántos exiliados habíamos marchado por la calle 8 en una protesta contra el régimen de La Habana. Su intención no lograda de denigrar al exilio, ha sido parte de su agenda para ganar su entrada a Cuba. Ahora, ya logrado su objetivo, se dedica a realizar conferencias para convencernos de que en la isla ya hay cambios que conllevarán de manera utópica a que existan empresarios nativos que a su vez logren un cambio económico en el país. No importa la libertad. Dice que ésta llegaría sola desde el momento en que cada “empresario” nativo se haga independiente con su negocio privado.
En el salón perteneciente a la iglesia se congregaron los que fueron a escuchar la exposición de alguien que les llenaba la cabeza de mentiras, pero querían creerle porque en sus aplausos estaba implícita la emoción de beatos fervientes. Total, qué importa que la libertad no llegue si puedes vender torticas aunque sean de talco.
Al terminar su exposición y darse cuenta que algunos de los presentes queríamos hacer preguntas que resultaban para él muy molestas, pidieron que fueran por escritas, y el moderador, el expreso político y su amigo, Alberto Muller, las leería para escuchar de boca de Carlos Saladrigas sus respuestas a medias. Era parte del show.
Algunas de las preguntas fueron, por ejemplo: Cómo es posible tener libertad económica sin libertad política, o cuánto era el interés a ganar por los pequeños préstamos a los cubanos, fueron respondidas en el tono nervioso de alguien que sabe que miente. Reconocer además que el régimen castrista es quien controla todo, es saber que los llamados cambios son tan absurdos como el permiso dado a quienes pueden tenerlo. Hay que ser parte del sistema político para ganarse el favor. Y eso lo sabe muy bien Carlos Saladrigas.
Fueron muchas preguntas en alta voz que no quiso responder. Decían que para mantener el orden y el control de la conferencia tenían que ser por escritas, pero el tiempo era corto porque detrás vendría otra conferencia con un tema diferente.
Un ex preso político habló del fusilamiento de un amigo, y algún beato del salón dijo que nada tenía que ver eso allí. Otros mandaban a callarnos o a que nos retiráramos de la conferencia. La molestia entre los presentes se extendía a aquellos que apoyaban el discurso de un usurero que solo le ha interesado Cuba para sus negocios.
La persona que peor comportamiento tuvo, en mi opinión, y tengo una conversación pendiente con él, fue el Padre Conrado, quien estaba en el salón y levantó su mano, le concedieron acercarse al estrado y desde allí dijo: “Estoy avergonzado de personas como ustedes. Me parece que estoy en Cuba”. Los aplausos fueron parte de un show que, sin proponérselo quizás, determinó quien verdaderamente desea para Cuba una libertad absoluta y no un sistema controlado por aquellos que se prestan para mantenerla sometida, más allá de sus oratorias en un púlpito donde dicen lo que no pueden aplicar en la realidad. No tengo que decir lo decepcionada que me siento del Padre Conrado, quien se prestó, no solo como parte de la Iglesia católica cubana para respaldar a un millonario que pretende tomar a Cuba como un negocio personal, sino también como una autoridad para hacer lo que en la isla hacen con los opositores: reprimirnos. Habría que recordarle al Padre Conrado que no estamos en Cuba?
Es una pena que la iglesia se preste para que un usurero intente utilizar a Cuba como peldaño para escalar económicamente y, sobre todo aplaudirlo, y tratar de excluir a aquellos que no estamos de acuerdo. La práctica de amar al prójimo no la pudo aplicar ni el mismísimo Padre Conrado. Gracias a Dios que la fe se mantiene por encima de actitudes cínicas y cobardes de quienes rezan a favor de algunos, pero no de todos.
Carlos Saladrigas no pudo siquiera convencernos de lo que él mismo no cree. Sus titubeantes respuestas a preguntas concisas y claras de cómo se puede invertir en un sistema totalitario pusieron su cara tan roja que parecía explotar. Fue cuando pude confirmar, una vez más, que los llamados “respetuosos” que entran y salen de Cuba cuando se lo permiten, no son más que parte de una componenda que, a la larga, se irán identificando claramente para quedar en la historia como los Judas traidores. En este caso no solo traicionan a Jesús que los mira desde su cruz, sino también a una patria que los mira desde su desdicha a sabiendas que la historia tampoco los absolverá.
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