by Zoé Valdés ¡Libertad y Vida!
Hubo una época en la que ser exiiada cubana era algo verdaderamente serio, y haber vivido en la oposición lo era mucho más: Mujer,
cubana, exiliada, anticastrista, con un padre preso, y una madre
renuente a aceptar nada que tuviera que ver con lo que le recordara la
traición: la revolución cubana, y una lucha que sólo le trajo
dolor y amargura, fue durante muchos años, todos los de su infancia,
adolescencia y juventud, la realidad de Frida Blanco Masdeu.
Conversando con ella a través del blog, de los emailes que intercambiamos, me doy cuenta que pese
a haber vivido historias distintas, no hay mucha diferencia entre
nosotros en el modo de analizar lo que le ha sucedido en las últimas
cinco décadas a los cubanos, a nuestro país, sabiendo que no
todo está perdido, pero que sin embargo, comprobando, día a día, que no
quedan muchas esperanzas, viendo en lo que se ha transformado la Cuba
actual.
Pese a todo lo vivido, Frida es una mujer sumamente divertida, de una fina ironía, amante de la cultura y del arte; y muy sensible a esa cubanía sólo viva de manera auténtica en el alma de los exiliados verdaderos.
Frida Blanco Masdeu
—
ZV: -¿En qué parte de Cuba naciste?
FBM: -Nací a principio de los años 50, en La Cooperativa de Médicos de La Vibora, en La Habana. Soy primera generación habanera e hija única. Mis familiares maternos son de Bayamo y Santiago de Cuba, los paternos de Colón y Camagüey.
ZV: -¿Cuándo te fuiste de Cuba y por qué? Tengo entendido que tu padre cayó preso y tu madre atravesó por un auténtico calvario, ¿podrías comentarme?
FBM: -Salí de Cuba en Septiembre de 1959 junto a mis padres. En Enero
de 1960 regresamos, mi padre habia decidido incorporarse a la lucha en
contra de la dictadura castrista. Sus contactos en New York donde
residimos, le aseguraron que aquello sería cuestión de meses y del esfuerzo de cubanos demócratas hasta que Cuba fuese libre de nuevo. En
Mayo de 1961 mi padre cayó preso y condenado a nueve años de prisión,
en 1966 se fugó de la Prisión de Taco Taco y le volvieron a juzgar, esta
vez imponiéndole doce años más a la sentencia.
En Julio de 1968 mi madre y yo salimos definitivamente al exilio a través de los Vuelos de La Libertad.
Mi padre, Carlos González Blanco era comerciante,
viajero, como le decian a los que se dedicaban a vender mercancía en
los campos de Cuba. Se especializaba en ropa interior. Desde muy pequeño
se interesó por las causas sociales, participando a los 15 años en el
asalto al Castillo de Atarés, poco después del ataque al Hotel Nacional,
a raíz del golpe del 4 de septiembre de 1933. Así comenzó su activismo político. Su
familia era casi toda de los Auténticos, su tio Lauro Blanco Muñiz, que
fue un destacado sindicalista, líder de los trabajadores de la
cooperativa Omnibus Aliados. Un primo hermano de mi padre, José Puente
Blanco fue el último Presidente de La Federación Estudiantil
Universitaria de Cuba Republicana. Otros tíos y primos se dedicaron
también a organizar movimientos políticos y sociales. En aquella época, y
en años posteriores, mi padre se fue involucrando en actividades en
contra de los gobiernos del General Fulgencio Batista.
Mi madre, Ara Masdeu Guadix, era la hija menor del
periodista, novelista y profesor Jesús Masdeu Reyes y su esposa Araceli
Guadix Coca, amigos y colaboradores del General Fulgencio Batista y
Saldivar. La admiración y el respeto por el General se extendía a los cuatro hijos del matrimonio.
Esa discrepancia filosófica y política no impidió que mis padres se enamoraran y se casaran en el bufete de un amigo abogado (ambos eran libre-pensadores). El matrimonio se hizo efectivo en junio de 1952.
Frida y su mamá
—
Como sabes, después de 1953, las actividades insurreccionales aumentaron en La
Habana y en otras ciudades, mi padre junto a su tío Lauro y otros,
comenzaron a organizar a los trabajadores, en huelgas y actos
parecidos.
Todo este tiempo, mi madre trabajaba en la Renta de Lotería, en un
puesto que le permitía observar las nóminas, algo que la alarmó
sobremanera. Pudo comprobar que algunos de los supuestos
“luchadores por la justicia” que vociferaban en contra del gobierno,
recibían “botellas” que iban a cobrar en persona. Debo aclararte que
esto ocurrió durante todos los gobiernos, la única diferencia consistía
en que cambiaban los beneficiarios, aunque no siempre.
En varias ocasiones mi papá fue detenido por la policía de Batista, una vez estuvo un mes preso. Mi
abuelo Masdeu, su suegro, sólo tenía que hacer una llamada a algún
amigo e inmediatamente soltaban a mi padre. Te cuento esto no para
justificar el amiguismo del gobierno anterior, sino para ilustrar la
diferencia entre un sistema y el otro. En enero de 1959, mi
padre estaba escondido, la situación era difícil para los que como él
estaban involucrados en actividades subversivas.
En mi casa no hubo celebración. Mi padre conocía a Fidel
Castro personalmente y sospechaba que era comunista. Mi madre, aunque a
esas alturas pensaba que un cambio era inevitable, tampoco simpatizaba
con los “Mau-Mau” como les decian en Oriente a los verde olivo. Al empezar los fusilamientos (un
primo hermano de mi mamá, Francisco López Guadix fue ejecutado a los 23
años en Santiago de Cuba) mis padres empezaron a hacer planes para
abandonar la isla. En septiembre lo logramos, con visa de turistas. A nuestro regreso, de inmediato mi padre empezó a conspirar con personas que le indicaron en New York y con otros que ya conocía.
Los detalles de sus actividades los ignoro, sólo que para no crear
sospechas, nos llevaba a mi mamá y a mí en los viajes que hacia al
interior del país a llevar dinero y tal vez otras cosas. Esos
fueron los meses que más recuerdo haber disfrutado de mis padres juntos.
Tenía yo entre 6 y 7 años y conocí Pinar del Rio, Las Villas. Los
viajes eran para mí como vacaciones ininterrumpidas, fuimos al Escambray, varias veces a Trinidad y Cienfuegos.
Ese año 1960 no me mandaron a la escuela, pues ya se hablaba de adoctrinar a los niños y en mi casa estaban seguros que la situación en Cuba cambiaría pronto.
Lauro Blanco luchaba contra los castristas con su grupo, José
Puente Blanco también dirigía un grupo, mi padre con el suyo. No sé si
hubo coincidencia en las misiones de los tres hombres.
En abril de 1961, cuando la gloriosa invasión, mi padre estaba esperando instrucciones para hacer su parte en La Habana. El mensaje llegó tarde y tuvo que esconderse.
Un mes después lo atraparon en Pinar del Rio, junto a Mario Fernández, José Enrique Valdéz, Eumelio Rodríguez y Reina Peñate.
Mi madre estuvo días sin saber de su suerte, se presentaba frente al
Teatro Blanquita donde se sabía estaban detenidas varias personas,
regresaba a la casa cada día más desesperada. Por fin, una tarde recibió
una llamada donde anónimamente alguien le dijo que se dirigiera a una
casa en Miramar. Al llegar allí la detuvieron durante dos dias,
interrogándola todo ese tiempo, sin decirle que a pocos metros se
encontraba mi padre, a quien le hicieron ver por una rendija a mi madre
sentada y esposada. Tuvo suerte que la dejaron libre.
El juicio por “Atentar contra los Poderes del Estado” duró
poco y todos los acusados fueron sancionados a nueve años de prisión.
Reina Peñate, una de las mujeres más valiente, elegante y digna que he
conocido recibió la misma condena que los muchachos.
Así comenzó el presidio político de mi padre que duró 17 años.
Casi enseguida lo trasladaron a Isla de Pinos, recuerdo haber llegado de jugar en la calle, cuando encuentro a mi madre acostada, anegada en llanto, presentía una separación larga y una vida difícil sola conmigo.
No se equivocó. En esos meses empezó a perder a su familia, su madre, su hermana querida que falleció de una terrible enfermedad, muy joven, y su hermano mayor.
Nos quedamos solas mi mamá, mi abuela paterna, y yo. Mi abuelo Carlos que vivía aparte, siempre nos apoyó, pos supuesto.
Mami decidió que yo tenía que visitar a mi papá en prisión, años
después me dijo que temía que lo asesinaran y que por duro que fuera,
era necesario que yo tratara a mi padre lo más posible, así fue
que de niña conocí “El Presidio Modelo en Isla de Pinos”, a donde
viajamos en dos ocasiones en el Ferry” El Pinero”, otra vez por avión.
Era una odisea esperar bajo el sol que leyeran la lista de los presos, cargar las jabas con alimentos, pasar la requisa… En
una de las visita mi padre no aparecía, sus compañeros nos entretenían
con relatos mientras esperábamos, si mal no recuerdo, una hora después
apareció mi papá con la cara hinchada, parecía un monstruo. Tenía un
problema dental, le negaron asistencia médica y se encontraba
muy enfermo, con fiebre alta y sangrando por la boca.
Después de largos meses lo trasladaron para La Cabaña, de ahí al Castillo del Príncipe, pudo por fin ir a la enfermería. Allí
lo operaron de una hernia que le salió a consecuencia de una golpiza
que le habian propinado los oficiales castristas en Isla de Pinos.
Regresó a La Cabaña. Estuvo en Guanajay, en Sandino, en Taco Taco, de donde se fugó, de nuevo en La Cabaña.
A todas esas cárceles ibamos mi mamá y yo. Desde los 8 a los 15 años visitar cárceles, conocer presos políticos y sus familiares era parte de mi rutina.
También me acostrumbré a ser paria en mi pais.
A los diez años, mientras conversaba sobre estudios con una
amiguita, la Presidenta del Comité, que por cierto era una Española
Comunista, refugiada en Cuba desde la Guerra Civil en su país, me
interrumpió y dijo, que no me hiciera ilusiones, que como hija de
gusanos y traidores a la patria yo no podría estudiar magisterio, que
era sobre lo que yo estaba hablando, que la única manera de
lograrlo sería si acusaba a mi madre por su influencia nefasta y que lo
hiciera pronto, pues de otra manera los estudios universitarios estaban
prohibidos para mí.
Mi mamá sufría de una depresión terrible, casi catatónica, y no se animaba a salir de Cuba.
A pesar de su estado anímico se enfrentaba a los comunistas, recuerdo
que al principio de todo esto, una tarde encontré a mi mamá sentada en
una silla detrás de la puerta, esperando pacientemente a que una de las
del comité de defensa introdujera por el espacio entre el piso y la
puerta una hoja de papel citando a una reunión “de chivatos”, como les
decía ella. Cuando vió que empezaba a entrar el papel, mami abrió la
puerta y claro, sorprendió a la mujer, a quien le dijo:-”Mire, Paula, no
se moleste más en invitarme a esas reuniones. No he ido ni iré jamás.
Buenas tardes”, y cerró la puerta. Llena de contento nos dijo a mi abuela y a mí: “¡Así queria cogerla, agachada!”
Cuando mi padre se fugó de la prisión de Taco Taco, estuvo
seis meses escondido en La Habana, dormía en los cines, en las
funerarias, en casas de cita con mi mamá.
Esos meses fueron tremendos. Enseguida que se fugó mi padre, los
agentes castristas del Comité de defensa me seguían a la escuela, a mi
madre en el barrio y a mi abuela por toda La Habana. No recuerdo cómo mi
madre se las agenció, pero un día preparó unas mudas de ropa, me rogó
que actuara con naturalidad, entonces tomamos un taxi. Nos
bajamos en La Habana Vieja, caminábamos por uno de aquellos preciosos
portales, cuando de repente me empujó hacia un hombre que estaba
hablando en un teléfono público. Era mi papá, teñido el pelo de negro,
con bigote. De ahí nos fuimos tres días a Santa María del Mar. Fue la
única vez que disfruté con mis padres juntos en toda mi adolescencia. No volvimos a estar unidos hasta 1978, cuando ya yo tenia veinte y tantos años.
Un detalle importante es que la mayoría de la familia de mi padre ya
se había exiliado. Los que quedaban en Cuba en su mayoría simpatizaban
con el régimen. Pero hubo un gesto de solidaridad y humanidad
extraordinario. Su primo Hugo Martinez Blanco y su esposa Alba
Benítez, protegieron a mi padre, y hasta le salvaron la vida cuando se
enteraron que otro pariente había denunciado a una tía
anciana, que le había dado refugio a mi padre en su apartamento por unos
días, y que el allanamiento de la vivienda se estaba planeando por
militares armados hasta los dientes. Arriesgándose ellos, avisaron y mi
papá logró huir de casa de su tia, evitando implicarla en su fuga.
Alba, era una mujer de una entereza moral y de una belleza
resplandesciente. Una cubana típica, inteligente, fina en su trato,
justa. Te digo que logró asilarse en la Embajada del Perú en 1980 con
mis primos (su hijo mayor, un muchacho menor que yo, sufrió del presidio político también.) Hoy sus hijos son unos triunfadores en Miami, aunque ella murió demasiado pronto.
Mi padre deambuló un poco más por la isla, llegó hasta Ciego de
Avila, donde algunos familiares le tendieron una mano, pero tuvo que
regresar a La Habana, allí unos jóvenes amigos lo ayudaron por un
tiempo; sin embargo, la situación se hizo insostenible, hasta que
decidió irse en lancha. No llegó muy lejos. Iba con un amigo.
De esa época recuerdo también el esfuerzo descomunal de mi madre y abuela por conseguir alimentos para los presos.
Mi abuela paterna, Mercedes Blanco Muñiz, maestra de matemáticas de Escuelas Superiores, llegó a tener dos hermanos presos (Lauro y Odón) a tres primos (Los hermanos Cuco, Osvaldo y Edmundo Muñiz, residentes en Colón). Sus sobrinos José y Roberto Puente Blanco estuvieron también dos o tres años encarcelados.
Mi abuela viajaba a Camagüey, a Colón, a fincas aledañas a La Habana
buscando carne de cerdo y queso fresco para intercambiar en la
capital por huevos, azucar, gofio, chocolate y leche en polvo, galletas (eran un lujo) para surtir las jabas de mi padre y sus tíos.
Mi padre, sus tíos, sus primos y la mayoría de sus amigos mantuvieron un presidio digno. Aunque al
llegar al exilio costaba mucho que comentaran lo vivido, para ellos
haber sobrevivido a aquello era un deber cumplido y nada más.
ZV: -¿Cómo fue llegar a un país donde no se hablaba tu lengua y del que muy poco sabías? Empezaste a estudiar, luego a trabajar, ¿donde estudiaste ¿En qué trabajaste?
FBM: -Nos reclamó un tío de mi padre, Rafael Blanco, desde
Glendale, California. Se había exilado años antes y aunque ya era mayor
seguía trabajando y apoyando a la familia y a los presos.
Estuvimos en su casa dos semanas. Nos ayudó a alquilar un
apartamento cerca y a los 22 días de llegar de Cuba mi mamá comenzó a
trabajar cosiendo sacos de dormir. Era una labor dura, pero se adaptó y
nunca recibió ayuda del gobierno.
Años después logró, junto a una prima, establecerse en el giro de la confección de ropa.
Empecé en décimo grado sin hablar inglés. En aquella época la educación bilingüe, al menos donde yo vivía, no existía. Aprendí poco a poco, con mucho esfuerzo.
Mi mamá nunca quiso tratar con cubanos, algo que nos hizo más difícil
la adaptación. No toleró nunca los insultos hacia el gobierno de
Batista, y la justificación a los fusilamientos. Por los Vuelos
de La Libertad llegaban muchas personas que en realidad no les
interesaba la libertad de Cuba. Recuerdo que mi madre les decía, con
cierto desprecio: “Yo no salí de Cuba por culpa de la libreta de
abastecimiento.”
—
Después de la escuela secundaria asistí a Los Angeles Community College y después a La Universidad Estatal, donde estudié Sociologia e Historia del Arte.
A los 19 años obtuve mi primer empleo en Mitsui Bank International, en la primera sucursal del importante banco japonés en California.
Allí comenzó mi profesión como banquera, especialista en Cartas de Crédito que me llevó a varias instituciones durante más de veinte años.
Ahora sigo en el giro financiero, pero en la rama de los seguros.
ZV: -¿Cómo te vinculaste a la lucha política?
FBM: -A los pocos días de llegar al exilio, mi madre se puso en
contacto con el Sr. Angelo Esteban Abreu, un gran amigo de mi abuelo.
Angelo y su familia nos enseñaron la ciudad, nos orientaron en todo con mucho cariño.
Aparentemente Angelo notó que yo no me adaptaba fácilmente y
que extrañaba La Habana, a mi padre, las visitas a la cárcel, todo lo
relacionado con lo que hasta entonces constituía mi mundo.
Me sugirió que escribiera mis impresiones como hija de preso en La Prensa de Los Angeles,
entonces el principal semanario del exilio. Así lo hice por unos meses,
adquiriendo el hábito de prestarle atención a lo que se hacía por la
libertad de Cuba y de los presos políticos en particular.
Muy joven asistí a una reunión sobre el plan del Dr. de la Torriente, algo que prometía mucho. Pero mi madre no quiso participar en eso, y no me dejó seguir asistiendo.
Recuerdo con envidia cuando los que serían mis compañeros años después, organizaron
una excelente protesta frente al cine que en Hollywood presentaba la
película sobre el asesino argentino Guevara. Aquel fue un hecho
apoteósico en el exilio angelino y sufrí porque no pude hacer otra cosa
que aplaudirlos a distancia.
Unos siete años después, ya empleada en el Banco Mitsui, atendía a un
joven muy bien vestido que me entregó un depósito a la cuenta “La Voz
del Presidio Cubano”. Enseguida empezamos a conversar y descubrimos
amigos en común ( específicamente Arnoldo Varona, ex preso y su primo
Enriquillo Cazade, emparentados ambos con mi abuela Mercedes). Esa
misma noche Rolando Espinosa, el joven que conocí en el banco me llamó
(imagino que después de obtener el visto bueno de los demás muchachos), y
me invitó a asistir el viernes siguiente a una reunión de la
organización que pronto cambiaría el nombre por “La Voz de Cuba”.
—
No te quiero aburrir con detalles sobre la primera reunión, aunque
fue muy emotiva. Yo no podía creer que un grupo de jóvenes
profesionales, serios (y buenos mozos, también, habían pocas damas en el
grupo) sin otra agenda que no fuese la libertad de los presos, utilizaran sus propios recursos, el sentido común y métodos modernos para lograr sus fines.
Efrén Besanilla, los hermanos Byrne, José (Pepe) Castaño Jr.,
Enrique Cazade Jr, Rubén Díaz, Rolando Espinoza, Estebita Fernández,
Tony Fernández, Esther Herrera, Carlos Hurtado, José Ramón Sánchez,
Gloria María Rodríguez, Arnoldo Varona y otros que colaboraron con el
grupo como la Dra. Asela Gutiérrez Khan fueron los fundadores de este
extraordinario esfuerzo.
La idea consistía en enviar programas de noticias y música a emisoras en toda Latinoamérica, con
énfasis, por supuesto, en denunciar las violaciones a los derechos
humanos en Cuba y la situación terrible en que se encontraban los presos
políticos, las injusticias sociales, como los campos de concentración
de La UMAP., la labor forzada a los adolescentes en el plan de “Escuela
al Campo”, y todas las barbaries cometidas por el régimen.
Las grabaciones se hacían en cassettes, llegamos a construír hasta una caseta especial para mejorar la acústica, en la residencia de uno de los miembros.
La locutora principal era la querida Gloria María Rodríguez, bisnieta del Generalísimo Máximo Gómez. Enriquillo
Cazade, aportó su considerable experiencia en asuntos técnicos, fue
camarógrafo profesional en Cuba y en Hollywood. Otros muchachos también
conocedores de cómo operaban las emisoras radiales, etc, crearon un
producto de calidad que aceptaron decenas de emisoras en todo el
continente.
Mi labor particular consistía en trabajos de estenografía y en
personalizar la lucha anticastrista. Para ello José (Pepe) Castaño y yo
nos presentamos ante la prensa como lo que éramos: hijos ambos de
víctimas del castrofascismo. El padre de Pepe, el Teniente José
Castaño Quevedo, subdirector del BRAC (Buró para la Represión de
Actividades Comunistas), como sabrás, fue fusilado por órdenes directas
del asesino argentino, en La Cabaña, un hecho de extraordinaria crueldad
e injusticia, bueno, como tantos. Como el Teniente Castaño y
mi padre tenían ideas contrarias sobre la situación política en Cuba
antes de 1959, el hecho de que los hijos de ambos, años después en el
exilio estuvieran hermandados en la lucha contra los que destruyeron el
futuro de sus padres, era impactante.
Nos entrevistó el conocido locutor George Putman, cuyo
programa tenía una audiencia enorme. Fuimos de los primeros en aparecer
en el Canal por Cable Z, el pionero en su género.
Me entrevistó además el Dr. Octavio Costa, distinguido profesor, en su columna en La Opinión de Los Angeles y otros más.
En 1979 viví y trabajé en Caracas por unos meses. En
esa querida capital continué dando entrevistas y reuniéndome con
compatriotas y otros afines a la causa cubana, representando a La Voz de Cuba.
—
Tuve la suerte de conocer a Monseñor Boza Masvidal
en su iglesia en Los Teques quien nos dió excelentes contactos. También
en esos meses conocí a varios ex presos políticos de un valor
extraordinario, como el que después llegó a ser un amigo y mentor, Mario Escoto, en Cuba asistente de Aureliano Sánchez Arango, a María Cristina Oliva y su papá (ambos presos políticos), entre otros.
Después de un tiempo viajé a Colombia, Ecuador, Perú y Chile,
siempre con la misión de establecer contactos y denunciar al régimen
criminal de La Habana.
Me limito a relatarte mis actividades, los compañeros de La Voz de Cuba participaron en actividades mucho más complejas y peligrosas.
La Voz de Cuba logró su cenit al final de la década de los
setenta cuando un gobierno africano nos facilitó transmitir
directamente a las tropas “internacionalistas” cubanas en Angola y
Etiopía. El gobernante de ese país, entonces amigo, recibió a
los nuestros que le entregaron una bandera de la gloriosa brigada 2506
(de la que José (Pepe) Castaño fué uno de sus más jóvenes miembros).
Las transmisiones se efectuaron sin incidentes y un valiente
compatriota, piloto profesional recogía y nos traía la
correspondencia que se recibía en Bélgica, en un apartado de correos, y que enviaban algunos de los militares cubanos en África.
Esa gestión terminó, obviamente, al convertirse Rhodesia en Zimbawe, al perderlo todo UNITAS y su líder Jonás Savimvi.
A través de contactos que hice en La Voz de Cuba he trabajado
con otros grupos del exilio, con mi querido Andrés Nazario Sargén, con
La Junta Patriótica Cubana, con la Fundación Nacional Cubano Americana,
pero muy brevemente.
Con mi querido amigo Jorge Clark he seguido trabajando en
varios proyectos, hasta el día de hoy, por la causa de Cuba, y junto al
Sr. Clark he sido agitadora callejera, traductora, chofer, cocinera, paño de lágrimas, etc.
ZV: -Cuéntame de tu juventud y, de tus viajes, por ejemplo, a Chile…
FBM: -Visité Chile, como te dije, por unos días, me entrevistó una revista católica, no logré nada más.
Con su tía Cora, y Cookie, 1985
—
Mi juventud fue de contrastes. La juventud de aquella época en su
mayoría era liberal, pero ignorantes de la crueldad del comunismo y mi
estridencia anticastrista les resultaba chocante. No me fue fácil hacer
amigos de mi edad. Por un lado yo sentía afinidad con las feministas, con la libertad social de la época, el arte y la música avant garde,
y por otro, no dejaba de preocuparme por el destino de los cubanos
y aunque parezca mentira, los que más exigían derechos de igualdad
racial, de género, etc, casi nunca levantaban sus voces por las
injusticias cometidas por los castristas.
Era doloroso ser tratada con altanería y arrogancia, por profesores sobre todo, pero aprendí a rebatir los puntos con cortesía, lo que me costó mucho.
Ser joven, liberal y anticomunista no era fácil, pero nada nos ha sido fácil a los exiliados.
ZV: -¿Has vivido en otros países aparte de los mencionados?
FBM: -Además de Venezuela, viví unos meses en México y en Puerto Rico.
Frida en Venezuela, 1975
—
ZV: -¿Cuáles son los valores y los defectos del exilio cubano?
FBM: -Ay, Zoé, el exilio ya casi no existe. Hemos perdido a tantos…
Es innegable que hoy por hoy la mayoría de los cubanos que viven fuera de la isla no son exiliados. Son emigrantes económicos. Es una realidad muy penosa.
El valor del exilio ha sido su optimismo. Y al principio nada se
interponía a la lucha. Los hombres y mujeres que se sacrificaron
aportando fondos, alentando a tantas y tantas organizaciones del exilio lo hacían seguros de que el final del exilio estaba cerca.
De no haber sido optimistas no se hubiera dado el Milagro de Miami
que prometió (y fue por largos años) la Capital del Exilio. El
optimismo ha sido nuestro aliado, pero también nos ha impedido ver las
cosas desapasionadamente. Fuímos muy optimistas en pensar que
los coterráneos que llegaban después del Mariel todos estarían
automáticamente aliados a la causa.
El peor defecto del exilio para mí ha sido caer en el sentimentalismo de que los
lazos sanguíneos, que las filosofías políticas (sobre todo el
nacionalismo furibundo), están por encima del bien de un pueblo.
Hace 40 años, cuando la censura en Cuba era absoluta, cuando
escribirle a un familiar en el exterior significaba perder una posición,
o peor, la libertad, y nos llamábamos por larga distancia cuando un
familiar o amigo recibía una carta que alguien había logrado enviar por
valija diplomática, no se nos hubiera ocurrido que décadas después, esos
mismos cubanos establecerían negocios para lucrar con la desesperación
de un pueblo por adquirir al principio medicinas, después todo tipo
de mercancías, hasta llegar a donde estamos hoy, cuando traen parientes
de la isla y en dos meses ya tienen líneas de crédito ofrecidas por
bancos cubanos, y en seis ya han armado un negocio, cuyas ganancias van a
parar a Cuba. Todo basado en la “reunificación familiar”.
Mi reunificación familiar, Zoé, se logró en 1978 cuando mi padre salió del Presidio Plantado, hacia Caracas, gracias a las gestiones de mi primo José Puente Blanco y su madre, mi adorada tía-abuela Pilar Blanco.
Desde que José y su hermano Roberto se radicaron en Venezuela junto a sus familias y padres, José particularmente, no cesó en su esfuerzo por obtener la libertad de mi padre y de su tío Lauro.
El día más feliz de mi vida fue cuando recibimos la llamada en la que nos anunciaron que mi papá se encontraba en Venezuela.
El papá de Frida
—
Enseguida lo reclamamos como ciudadanas de este país, y al fin llegó a California en julio de 1978.
Nunca más mi padre quiso pertenecer a ningún movimiento. Nunca se expresó en contra de ningún hombre (ni mujer) que estuvo preso por motivos políticos, posición que compartía con la mayoría de sus hermanos y hermanas de presidio. Eso sí, rectificó
su opinión sobre el gobierno de Batista y hasta en su lecho de muerte
me suplicaba que cerrara el capítulo de la lucha por Cuba, que los
cubanos tenían lo que se merecían.
Mi madre nunca se recuperó de la depresión y también le perdió la fe a los cubanos y sus “patrañas”, como decía ella.
ZV: -¿Crees que conoces la Cuba de hoy, qué piensas de tu país?
FBM: -No la conozco, mentiría si te dijese lo contrario. Pero como
trato de mantenerme informada, sostengo opiniones. En Cuba no veo que
exista una voz insurreccional. No observo tampoco una vocación por la
libertad. Todo está manipulado hasta el exceso por los intereses
personales de los supuestos “disidentes”. Con dignas y salientes
excepciones, la desidia e indiferencia es una constante en la mente del cubano. En
la sociedad cubana un porcentaje altísimo no permite el rechazo a todos
y cada uno de los mitos de la revolución. La mayoría cree que algo
bueno se ha logrado. Mientras esa mentalidad conformista exista, lo veo
todo muy mal. Es caldo de cultivo para que pillos que desde fuera,
aliados con los socialistas en el poder y con los mismos
castrofascistas, presenten ideas de “reconciliación y progreso”. Vender
“El ideal Chino”, Zoé, es la solución para que se queden los castristas
en el poder y los cubanos toda la vida en lo mismo, sin evolucionar.
ZV: -¿Algún mensaje a los cubanos de la isla, y a los del exilio?
FBM: -A los cubanos de la isla les diria que estudien la verdadera historia de Cuba. Nada más. A
los exiliados que se aparten del pensamiento oscuro y cerrado de la
extrema derecha. Que se aparten de los improperios de la extrema
izquierda. Que entiendan que los que proponen el modelo
chino para Cuba y “la reconciliación” entre cubanos tienen fines
contrarios a los nuestros y que los procedimientos (autoritarismo) de
los chinos no son aceptables. Que recuerden que nuestros valores de
lucha, aunque aperenten ser estacionarios no son los equivocados. Y les
recordaría que si la inmensa mayoría de los cubanos hubiera reaccionado
como lo hicieron mi padre y sus compañeros no estuviéramos más de 53
años después sin país, y la juventud cubana sin esperanzas.
Los de la mala entraña son los que se han mantenido en el poder y muchos de ellos están entre nosotros. Que hay que desenmascararlos y luchar abierta y valientemente contra ellos.