Por Ondina León ©
Zoé Valdés ¡Libertad y Vida!
Ni tutú de tul ni zapatillas de ballet clásico; ni biquini color
rojo puta pasión ni zapatos de tacón aguja de doce centímetros: si uno
levanta la “ilustre” sotana del cardenal Jaime Ortega Alamino sólo
hallará unas pestilentes botas castristas, calzadas en sus varicosos
pies de traidor. Porque con la última página de infamia que ha escrito
este prelado, desde los doctos salones de la Universidad de Harvard, el pasado martes, 24 de marzo, no hay lugar para la más mínima duda de que él pertenece al ejército de esbirros de los Castro.
Con su tonito de hiena repugnada y sus gesticos de perdonavidas santurrón, ha vuelto a salir del clóset político al sentar cátedra sobre la realidad en Cuba, haciéndose eco adocenado del discurso del “Granma” o de los altos capos de la mafia castro-comunista, que calumnian y reprimen a los disidentes, y arremeten contra el exilio “intransigente” (léase el más digno) de Miami. El diablo viste sotana, una bordada con los hilos de hiel de la injuria y de una cobardía sin fin.
Algunos alegan que este “moretón” de ortiga en el rostro de Cuba actúa así condicionado por el chantaje sistemático al que ha estado sometido por su homosexualidad; que su expediente en la tenebrosa Seguridad del Estado castrista ya está obeso por las pruebas —videos, grabaciones, testimonios de agentes…— de sus devaneos genitales, incluida una relación con un amante negro, agente castrista, y que ha sido confirmada en los medios de difusión por exoficiales de la represión. Al parecer, Ortega no ha tenido nunca presente la máxima que dice que “Tu verdad te hará libre”, porque para ser dignamente gay hay que tener valor. Y por esto actúa entre el fuego cruzado de dos dictaduras, la de los Castro y la de la “santa” madre Iglesia Católica, romana y apostólica, llena de aberraciones machistas, excluyentes y deshumanizadas, como el celibato, que le han permitido ser un poderoso estado ubicuo durante milenios, “por la cruz y con la espada”. A este cardenal en cadenas sólo le importa su estatus, no su dignidad: de deleznable se pasa.
Ortega está a años luz de esa otra cara real de la iglesia católica en Cuba, que a veces se ignora, la de las hermanitas de la Caridad, que cuidan enfermos; las de las monjas que trabajan mañana, tarde y noche en los leprosorios y asilos de ancianos; la de los curas que andan en bicicletas chinas, por los polvorientos y abismalmente tórridos puebluchos de provincia, con el estómago vacío, repartiendo medicinas, donadas por la “mafia” de Miami, y regalando esperanza a los pobres de la Tierra; la de esos fieles que honradamente creen en los preceptos, principios y dogmas del cristianismo y comparten con el vecino el buche de café (mezclado, por supuesto, con rayo coronado) y un milagroso “postre”, hecho con col rayada, pero que “sabe” a dulce de coco. Esa iglesia paridora del milagro de la sobrevivencia y que no tiene nada que ver con esta otra de altos jerarcas, que se trasladan en Mercedes-Benz, con aire acondicionado y chofer de guantes blancos, con sus cinturitas de obispo, no de avispas, y que les rinde pleitesía a los añejos verdugos de su pueblo.
De todas las iglesias posibles, este diablo en sotana pertenece a la peor de todas, a la vomitiva, no a la humana de la sed de agua, que redime y apoya a los “descarriados” con cojones, que quieren y necesitan una Cuba mejor y libre, para ellos y para sus hijos y nietos. Que este otro crimen de Ortega Alamino no pase inadvertido y que se tatúe en nuestras memorias, para hacer justicia algún día, ojalá muy pronto. Miserable cura, tan cerca del Vaticano y tan lejos de Dios.