Tuesday, May 15, 2012

El “hombre nuevo” odia al exilio

LIBRE ON LINE
Escrito por Roberto Luque Escalona Martes, 15 de Mayo de 2012 09:47   
* Drop the I-word: tal es la nueva consigna de la izquierda. No es nueva; eso de prohibir la palabra “ilegal” ya se le ocurrió, hace años, a Mirta Ojitos, una periodista cubana que trabajaba para The New York Times. La idea de Ojitos era que ningún ser humano es ilegal. Le respondí, y les respondo ahora, que sólo los seres humanos pueden ser ilegales, pues para ellos, no para los animales, se hacen la leyes. Le puse el ejemplo de un puma que merodeaba por Coahuila, llegaba al río Grande, lo cruzaba a nado y echaba a andar por Texas. ¿Ilegal el puma nadador? No, ¿verdad? Las leyes migratorias no son para él ni para las golondrinas que llegan desde muy lejos a San Juan Capistrano ni para los patos de la Florida que van y vienen a Cuba. Pero los humanos que entran en los Estados Unidos de América sin una visa que autorice su entrada  son ilegales aquí y en el otro velorio. Están fuera de la ley porque la han violado, porque han cometido un delito; un delito federal.
* El hombre nuevo creado por la tiranía castrista no se define por su manera de hablar; cierto es que muchos tienen un habla gutural, como si tuvieran una papa en la boca, que repiten una y otra vez ciertas frases y palabras, pero eso, aunque desagradable, no le hace daño a nadie y puede superarse. Lo que define al  homo novus cubensis  es el odio al exilio. En Cuba estaba no sé si adaptado o resignado a la cochambre comunista. Pero un día “le pisaron el callo” o, después de la caída del Imperio Soviético, pensó que aquello también se hundiría, o se le acabó la resignación, o no vio porvenir para sus hijos; en fin, vaya usted a saber. Lo cierto es que decidió emigrar.  Aprovechó un viaje o la invitación de un familiar “gusano” o la providencial lotería de visas, y a Miami llegó. Y aquí está. Con su odio no afectado por el bienestar capitalista. Con el odio que le inculcaron desde niño y que lleva en su alma  como la bayamesa llevaba lo que llevaba.

Aquí tenemos a Jacobo. Jacobo Who? Jacobo Whatever. Dice que los cubanos (o sea, los exiliados; los de verdad, no los del callo) somos una pesada carga para éste país; en realidad, como todos saben, aunque a algunos les duela, somos el grupo inmigrante más exitoso en la historia de los Estados Unidos, además de que pagamos el grueso de los impuestos en el condado Miami-Dade. También dice que hemos convertido el sur de la Florida en un antro de delincuencia, cuando el índice delictivo de los cubanos es ínfimo en comparación con otras comunidadades; por ejemplo, los negros. ¿Los fraudes al Medicare?
 Son ejecutados por hombres nuevos entrenados para eso en Cuba. ¿Sabe usted cómo defraudar al Medicare? Yo tampoco. En la Cuba que produjo personas como Jacobo Whatever se enseña la manera de hacerlo.

El odio al exilio, a “la gusanera de Miami” (de la que muchos recibían dinero cuando estaban en Cuba), se manifiesta en la actitud hacia ciertos exiliados.  Por ejemplo, Marcos Rubio es, para ellos, a pain in the ass. No es el primer senador cubano, sino el tercero, pero ni Bob Menéndez ni Mel Martínez alcanzaron tanta notoriedad nacional. Eso de que al hijo de unos cubanos que llegaron aquí cuando Miami era una ciudad plenamente americana, que no eran doctores en esto ni licenciados en lo otro como los hijos de Jacobo Whatever (nacidos, según dice, “en la revolución”; los míos nacieron en Cuba), que a ese producto de “la gusanera de Miami” se le mencione como posible candidato vicepresidencial es algo que les estruja su corazón fidelista.

Significativo es también el odio contra el difunto Adolfo Rivero Caro, que de miembro de las juventudes socialistas pasó a conspirador  de izquierda (¡Querer sustituir al castrismo con el stalinismo, qué horror!), luego a miembro poco menos que fundador del movimiento pro-derechos humanos y, lo peor, a columnista estrella de un diario liberal siendo él de derecha. No es el primero en mostrar odio por El Caro. A Rafael Rojas, otro ¨exiliado¨ de pacotilla, lo arrastré por el piso cuando le dedicó una diatriba tan venenosa y estúpida como la de Jacobo Whatever.

Los homus novus también odian (lo de ellos es odiar) a los negros americanos derechistas, y nadie más derechista que Allen West. El áspero moreno de Broward los ciega hasta llevarlos a la más completa estupidez. Por ejemplo, cuando yo elogio a West por ser el único que ha denunciado la condición de miembros secretos del Partico Comunista de ochenta miembros del Congreso, Jacobo W. se aparece  con el que también podría ser el  único en denunciar como miembros del Partido Nazi (¿Cuál Partido Nazi?) a los niños cantores del coro de una iglesia. Lo anterior, como él mismo dice, es estúpido y propio de un anormal: lo que dijo el congresista West, una denuncia muy seria.

Otro detalle definitorio es lo que yo llamo la manía culturosa. Todos quieren parecer cultos. Recuerdo un documental cubano que vi en el programa La mirada indiscreta. Unos rufos juegan dominó y mientras juegan, dos de ellos discuten sobre el barroco latinoamericano, que uno elogia mientras que otro afirma que ni siquiera existe; la discusión culturosa termina en una bronca sangrienta. En otra secuencia, dos guaricandillas esperan turno en el patio de la manicura y matan el tiempo discutiendo sobre ópera. Una dice que Pusini  es romántico, cosa que la otra niega. Al rato, las operáticas virulillas están revolcándose en el piso y halándose los moños. Jacobo también quiere parecer culto y afirma que no es el jazz la música de los negros americanos, sino el blues. Esas burradas se dicen cuando la cultura exhibida es una ligera capa de barniz que desaparece con un raspar de uñas.

La oposición a la inmigración ilegal, que es un delito, los hombres nuevos la llaman “política anti-inmigrante” y a los miembros del Tea Party  “fascistas sin ideología”. En suma, que Jacobo Whatever debería afiliarse a La Raza… si los chicanos lo aceptan.
* ¿Trovas del trovador? Claro que son “trovas”, o sea, pamplinas; pero Pedro Luis Ferrer no es un trovador, sino un sonero, un guarachero. Uno de los mejores que han existido. Magnífico guitarrista, al nivel de Reutilio (el de Celina) o de Otilio (Otilio Portal, el del trío Servando Díaz), con una bella voz de barítono; buen compositor y armador de grupos de novedoso sonido. Pero… comunista. Pedro Luis es comunista. No como Silvio Rodríguez y los otros camajanes arribistas de la llamada Nueva Trova. Comunista de verdad. Desde chiquito. Su tío Raúl, que fue más padre que tío, le llenó la cabeza de bazofia marxista al pobre vejigo y ahí la lleva todavía. Sólo que, además de comunista, Pedro Luís Ferrer es un excéntrico, y esas dos condiciones son difícilmente compatibles.

Ejemplo de su excentricidad es la creencia de que, como comunista fiel que es, tiene derecho a criticar lo que le parezca mal en su propio país. No estaba de acuerdo con esto ni con lo otro ni con lo de más allá. Noel Nicola, uno de la Nueva Trova, compuso para él ésta especie de epitafio:
  Murió Pedro Luís Ferrer
  Murió gordo como un cerdo
  Y, como tenía que ser,
  murió de no estar de acuerdo 

Bajo una tiranía, creer que se tienen derechos inexistentes es sumamente peligroso. Peor aún es elogiar a enemigos de la robolución. Cuando a Omara Portuondo, que sí sabe el terreno que pisa, le preguntaron  su opinión sobre Celia Cruz, contestó: “Celia Cruz, Celia Cruz… Es una que canta salsa, ¿no?”. En los años 80´, Pedro Luís casi monopolizaba la radio cubana con sus sones y guarachas. Pues bien, fue de gira a Perú y allí le preguntaron lo mismo que a la Portuondo. ¿Saben lo que dijo? Cáiganse patrás. Que Celia era una gran cantante. Como es natural, a su regreso lo “tronaron”, le desbandaron el grupo y lo enviaron a Guantánamo a hacer no sé qué durante dos años. Regresó a La Habana, formó un  grupo nuevo (cuyo baterista era mi hijo Ernesto, alias el Luke) tan bueno como el anterior, pero jamás volvió a ocupar el lugar que por su calidad le corresponde.

Lo peor es que no tiene remedio. Lo que Ricardo Bofill, Rivero Caro, Eddy Lopez  y otros que antaño fueron marxistas hicieron con el comunismo, tirarlo donde corresponde y halar la cadena, es algo que no está al alcance de Pedro Luis Ferrer, que todavía espera cambios, pero manteniendo la base económica del socialismo, precisamente lo que genera el despotismo y la burocracia que parecen molestarle, los que le han impedido llegar a ser lo que debió haber sido.

* El sacerdote jesuita Eduardo M. Barrios defiende al cardenal Ortega. Derecho tiene a hacerlo. Lo que no comprendo son sus palabras insultantes para aquellos a quien monseñor Ortega ha sacado de quicio con su actitud. El padre Barrios habla de “un exilio hipersusceptible caracterizado por la belicosidad verbal”. Hay, según él, “mucha valentía verbal”.

Me pregunto si es necesario ser tan irrespetuoso y tan ajeno a la realidad para defender al cardenal Ortega. ¿Valentía verbal?  ¿Ignora el padre Barrios que en esta ciudad viven más de mil veteranos de la Brigada 2506 y no sé cuántos de los grupos de infiltración? ¿Qué aquí vivimos decenas de miles de hombres y mujeres que hemos pasado por las cárceles y los centros de detención de la tiranía? ¿De qué valentía verbal habla?

El padre Barrios da como un hecho que quienes ocuparon la iglesia de La Caridad son delincuentes, sólo porque el gobierno castrista lo dice. En agosto de 1991, cuando me detuvieron por poner en la puerta de mi apartamento un letrero que decía “Abajo Fidel. Abajo el comunismo”, y por mentarles la madre a quienes participaban en un acto de repudio frente a la misma puerta, fui enviado no a Villa Marista, sino a Cien y Aldabó, centro de detención para delincuentes comunes. El cardenal Ortega y su defensor; ¿ me consideran también un delincuente?

El padre Eduardo Barrios dice que los ocupantes de La Caridad no son “como Payá ni la bloguera Sánchez”. Yo tampoco, padre, se lo juro. Yo nunca hubiese llamado “invasivos e irresponsables” a los ocupantes de la iglesia, como hizo Yoanis Sánchez. Tampoco hubiese promovido la exclusión del exilio de una Cuba sin los Castro ni me hubiese opuesto a la devolución de las propiedades robadas, como hizo Payá. Y si el cardenal Ortega no quiere que lo consideren un aliado del comunismo, que deje de comportarse como si lo fuera.
 

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