LIBRE ON LINE | ||||
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Drop the I-word: tal es la nueva consigna de la izquierda. No es nueva;
eso de prohibir la palabra “ilegal” ya se le ocurrió, hace años, a
Mirta Ojitos, una periodista cubana que trabajaba para The New York
Times. La idea de Ojitos era que ningún ser humano es ilegal. Le
respondí, y les respondo ahora, que sólo los seres humanos pueden ser
ilegales, pues para ellos, no para los animales, se hacen la leyes. Le
puse el ejemplo de un puma que merodeaba por Coahuila, llegaba al río
Grande, lo cruzaba a nado y echaba a andar por Texas. ¿Ilegal el puma
nadador? No, ¿verdad? Las leyes migratorias no son para él ni para las
golondrinas que llegan desde muy lejos a San Juan Capistrano ni para los
patos de la Florida que van y vienen a Cuba. Pero los humanos que
entran en los Estados Unidos de América sin una visa que autorice su
entrada son ilegales aquí y en el otro velorio. Están fuera de la ley
porque la han violado, porque han cometido un delito; un delito federal.
* El hombre nuevo creado por la tiranía
castrista no se define por su manera de hablar; cierto es que muchos
tienen un habla gutural, como si tuvieran una papa en la boca, que
repiten una y otra vez ciertas frases y palabras, pero eso, aunque
desagradable, no le hace daño a nadie y puede superarse. Lo que define
al homo novus cubensis es el odio al exilio. En Cuba estaba no sé si
adaptado o resignado a la cochambre comunista. Pero un día “le pisaron
el callo” o, después de la caída del Imperio Soviético, pensó que
aquello también se hundiría, o se le acabó la resignación, o no vio
porvenir para sus hijos; en fin, vaya usted a saber. Lo cierto es que
decidió emigrar. Aprovechó un viaje o la invitación de un familiar
“gusano” o la providencial lotería de visas, y a Miami llegó. Y aquí
está. Con su odio no afectado por el bienestar capitalista. Con el odio
que le inculcaron desde niño y que lleva en su alma como la bayamesa
llevaba lo que llevaba.
Aquí tenemos a Jacobo. Jacobo Who?
Jacobo Whatever. Dice que los cubanos (o sea, los exiliados; los de
verdad, no los del callo) somos una pesada carga para éste país; en
realidad, como todos saben, aunque a algunos les duela, somos el grupo
inmigrante más exitoso en la historia de los Estados Unidos, además de
que pagamos el grueso de los impuestos en el condado Miami-Dade. También
dice que hemos convertido el sur de la Florida en un antro de
delincuencia, cuando el índice delictivo de los cubanos es ínfimo en
comparación con otras comunidadades; por ejemplo, los negros. ¿Los
fraudes al Medicare?
Son ejecutados por hombres nuevos entrenados para
eso en Cuba. ¿Sabe usted cómo defraudar al Medicare? Yo tampoco. En la
Cuba que produjo personas como Jacobo Whatever se enseña la manera de
hacerlo.
El odio al exilio, a “la gusanera de Miami” (de la que muchos recibían dinero cuando estaban en Cuba), se manifiesta en la actitud hacia ciertos exiliados. Por ejemplo, Marcos Rubio es, para ellos, a pain in the ass. No es el primer senador cubano, sino el tercero, pero ni Bob Menéndez ni Mel Martínez alcanzaron tanta notoriedad nacional. Eso de que al hijo de unos cubanos que llegaron aquí cuando Miami era una ciudad plenamente americana, que no eran doctores en esto ni licenciados en lo otro como los hijos de Jacobo Whatever (nacidos, según dice, “en la revolución”; los míos nacieron en Cuba), que a ese producto de “la gusanera de Miami” se le mencione como posible candidato vicepresidencial es algo que les estruja su corazón fidelista.
Significativo es también el odio contra
el difunto Adolfo Rivero Caro, que de miembro de las juventudes
socialistas pasó a conspirador de izquierda (¡Querer sustituir al
castrismo con el stalinismo, qué horror!), luego a miembro poco menos
que fundador del movimiento pro-derechos humanos y, lo peor, a
columnista estrella de un diario liberal siendo él de derecha. No es el
primero en mostrar odio por El Caro. A Rafael Rojas, otro ¨exiliado¨ de
pacotilla, lo arrastré por el piso cuando le dedicó una diatriba tan
venenosa y estúpida como la de Jacobo Whatever.
Los homus novus también odian (lo de
ellos es odiar) a los negros americanos derechistas, y nadie más
derechista que Allen West. El áspero moreno de Broward los ciega hasta
llevarlos a la más completa estupidez. Por ejemplo, cuando yo elogio a
West por ser el único que ha denunciado la condición de miembros
secretos del Partico Comunista de ochenta miembros del Congreso, Jacobo
W. se aparece con el que también podría ser el único en denunciar como
miembros del Partido Nazi (¿Cuál Partido Nazi?) a los niños cantores
del coro de una iglesia. Lo anterior, como él mismo dice, es estúpido y
propio de un anormal: lo que dijo el congresista West, una denuncia muy
seria.
Otro detalle definitorio es lo que yo
llamo la manía culturosa. Todos quieren parecer cultos. Recuerdo un
documental cubano que vi en el programa La mirada indiscreta. Unos rufos
juegan dominó y mientras juegan, dos de ellos discuten sobre el barroco
latinoamericano, que uno elogia mientras que otro afirma que ni
siquiera existe; la discusión culturosa termina en una bronca
sangrienta. En otra secuencia, dos guaricandillas esperan turno en el
patio de la manicura y matan el tiempo discutiendo sobre ópera. Una dice
que Pusini es romántico, cosa que la otra niega. Al rato, las
operáticas virulillas están revolcándose en el piso y halándose los
moños. Jacobo también quiere parecer culto y afirma que no es el jazz la
música de los negros americanos, sino el blues. Esas burradas se dicen
cuando la cultura exhibida es una ligera capa de barniz que desaparece
con un raspar de uñas.
La oposición a la inmigración ilegal,
que es un delito, los hombres nuevos la llaman “política
anti-inmigrante” y a los miembros del Tea Party “fascistas sin
ideología”. En suma, que Jacobo Whatever debería afiliarse a La Raza… si
los chicanos lo aceptan.
* ¿Trovas del trovador? Claro que son
“trovas”, o sea, pamplinas; pero Pedro Luis Ferrer no es un trovador,
sino un sonero, un guarachero. Uno de los mejores que han existido.
Magnífico guitarrista, al nivel de Reutilio (el de Celina) o de Otilio
(Otilio Portal, el del trío Servando Díaz), con una bella voz de
barítono; buen compositor y armador de grupos de novedoso sonido. Pero…
comunista. Pedro Luis es comunista. No como Silvio Rodríguez y los otros
camajanes arribistas de la llamada Nueva Trova. Comunista de verdad.
Desde chiquito. Su tío Raúl, que fue más padre que tío, le llenó la
cabeza de bazofia marxista al pobre vejigo y ahí la lleva todavía. Sólo
que, además de comunista, Pedro Luís Ferrer es un excéntrico, y esas dos
condiciones son difícilmente compatibles.
Ejemplo de su excentricidad es la
creencia de que, como comunista fiel que es, tiene derecho a criticar lo
que le parezca mal en su propio país. No estaba de acuerdo con esto ni
con lo otro ni con lo de más allá. Noel Nicola, uno de la Nueva Trova,
compuso para él ésta especie de epitafio:
Murió Pedro Luís Ferrer
Murió gordo como un cerdo Y, como tenía que ser, murió de no estar de acuerdo
Bajo una tiranía, creer que se tienen
derechos inexistentes es sumamente peligroso. Peor aún es elogiar a
enemigos de la robolución. Cuando a Omara Portuondo, que sí sabe el
terreno que pisa, le preguntaron su opinión sobre Celia Cruz, contestó:
“Celia Cruz, Celia Cruz… Es una que canta salsa, ¿no?”. En los años
80´, Pedro Luís casi monopolizaba la radio cubana con sus sones y
guarachas. Pues bien, fue de gira a Perú y allí le preguntaron lo mismo
que a la Portuondo. ¿Saben lo que dijo? Cáiganse patrás. Que Celia era
una gran cantante. Como es natural, a su regreso lo “tronaron”, le
desbandaron el grupo y lo enviaron a Guantánamo a hacer no sé qué
durante dos años. Regresó a La Habana, formó un grupo nuevo (cuyo
baterista era mi hijo Ernesto, alias el Luke) tan bueno como el
anterior, pero jamás volvió a ocupar el lugar que por su calidad le
corresponde.
Lo peor es que no tiene remedio. Lo que
Ricardo Bofill, Rivero Caro, Eddy Lopez y otros que antaño fueron
marxistas hicieron con el comunismo, tirarlo donde corresponde y halar
la cadena, es algo que no está al alcance de Pedro Luis Ferrer, que
todavía espera cambios, pero manteniendo la base económica del
socialismo, precisamente lo que genera el despotismo y la burocracia que
parecen molestarle, los que le han impedido llegar a ser lo que debió
haber sido.
* El sacerdote jesuita Eduardo M.
Barrios defiende al cardenal Ortega. Derecho tiene a hacerlo. Lo que no
comprendo son sus palabras insultantes para aquellos a quien monseñor
Ortega ha sacado de quicio con su actitud. El padre Barrios habla de “un
exilio hipersusceptible caracterizado por la belicosidad verbal”. Hay,
según él, “mucha valentía verbal”.
Me pregunto si es necesario ser tan
irrespetuoso y tan ajeno a la realidad para defender al cardenal Ortega.
¿Valentía verbal? ¿Ignora el padre Barrios que en esta ciudad viven
más de mil veteranos de la Brigada 2506 y no sé cuántos de los grupos de
infiltración? ¿Qué aquí vivimos decenas de miles de hombres y mujeres
que hemos pasado por las cárceles y los centros de detención de la
tiranía? ¿De qué valentía verbal habla?
El padre Barrios da como un hecho que
quienes ocuparon la iglesia de La Caridad son delincuentes, sólo porque
el gobierno castrista lo dice. En agosto de 1991, cuando me detuvieron
por poner en la puerta de mi apartamento un letrero que decía “Abajo
Fidel. Abajo el comunismo”, y por mentarles la madre a quienes
participaban en un acto de repudio frente a la misma puerta, fui enviado
no a Villa Marista, sino a Cien y Aldabó, centro de detención para
delincuentes comunes. El cardenal Ortega y su defensor; ¿ me consideran
también un delincuente?
El padre Eduardo Barrios dice que los
ocupantes de La Caridad no son “como Payá ni la bloguera Sánchez”. Yo
tampoco, padre, se lo juro. Yo nunca hubiese llamado “invasivos e
irresponsables” a los ocupantes de la iglesia, como hizo Yoanis Sánchez.
Tampoco hubiese promovido la exclusión del exilio de una Cuba sin los
Castro ni me hubiese opuesto a la devolución de las propiedades robadas,
como hizo Payá. Y si el cardenal Ortega no quiere que lo consideren un
aliado del comunismo, que deje de comportarse como si lo fuera.
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