Monday, January 11, 2010

ALINA FERNANDEZ REVUELTA: La generación del desencanto


El canciller cubano, Bruno Rodríguez, dijo hace poco que le preocupa que el socialismo o la revolución sean un referente lejano para la juventud cubana. Desconozco el pedigrí académico del canciller, pero si estudió en Ciudad Escolar Libertad (antiguo cuartel de la tiranía batistiana) seguro que lo mandaron a San Nicolás de Bari en su primera Escuela al Campo, una disciplina educacional novedosa que consistía en mostrarnos a los niños lo dura que era la vida del campesino.
Hacinados en barracones sin condiciones higiénicas, apenas luz, y mucho menos comida, contábamos las horas de aquel experimento interminable. Seguro que por allí estuvo Bruno, con unas botas rusas que le llenaron los pies adolescentes de ampollas muy adultas, vestido por cortesía del Estado, con camisa y pantalón de mezclilla china, color caca invernal de Shangai, el color que marca mi infancia y, seguramente, la del novel canciller Bruno. Seguro que cuando vio gusanos en el arroz que le daban para comer, se sintió tan asqueado como yo. Casi veo su silueta perdida entre las decenas de literas de saco, huyendo de un violador temido.
Puedo afirmar todo esto, cual si fuera el alter ego de Bruno, porque el canciller y yo, además de ``coterráneos'', somos ``coetáneos'', y dudo que nadie en nuestra generación olvide esa niñez uniformada de un color que ni siquiera es definible.
Después de haber formado parte de aquel experimento nacional para crear al Hombre Nuevo, al Hombre de Vanguardia, dudo que haya una generación en Cuba que le gane en desencanto a la nuestra. Al menos, nosotros tuvimos botas rusas, mezclilla china, arroz chino, juguetes chinos, bicicletas chinas, ají relleno búlgaro y manzanitas polacas. Y de alguna forma nos convencieron de que teníamos que estar agradecidos. Los niños no sabemos perder nada, como tampoco sabemos ser dueños de nada. Estoy segura de que la condición de niño la compartió el Canciller conmigo casi al mismo tiempo; que formamos parte de la misma manada.
El canciller alguna vez fue joven. Se decantó de su condición de conejillo de Indias a base de esquizofrenia o de puro oportunismo, porque no se puede ser cincuentón en Cuba y tener la memoria tan corta. Pero es probable que Bruno me esté juzgando a su vez a mí, y afirme que me convertí en gusana por obra y gracia de la metafisica del Imperio, que nos llena los ojos de bienes materiales, adivinen de dónde: ¡de China!
Así que no me siento muy autorizada para rebatir los argumentos de don Bruno. Lo que sí puedo contar es que tengo una hija que como a los 14 años descubrió la Iglesia. Corrían los 90 y Cuba era un salto al vacío después del abandono de la Madre Soviética. El ruso se convirtió en lengua prohibida. Para ese entonces, a los jóvenes no se les interrumpía el curso escolar por dos meses y medio para experimentar la vida campesina porque las escuelas ya estaban en el campo desde hacía años. Las botas rusas se fueron con los tovarich, los uniformes escolares cambiaron de color. Las manzanitas polacas desaparecieron con el campo socialista. Sólo los gusanos del arroz siguieron siendo los mismos. El socialismo era un error semántico en la vida diaria.
Si uno quiere saber qué piensan los jóvenes cubanos, puede hacer una travesía por su tracto intestinal. O por su espíritu: algunos como mi niña buscaron a otro Dios que no fuera el barbudo sempiterno. Otros, como el hijo que podría tener el canciller Bruno, habrán buscado la alineación en un ejército fallido. Creo que los que no creen en Dios tienen más capacidad para creer en la vida eterna. ¿Acaso algunos terroristas no creen en que decenas de vírgenes los esperan en el más allá después de detonar una carga homicida?
No fue mi hija quien me pidió auxilio para salir de aquella inercia. Se la ofrecí yo misma. Logramos escaparnos. Después de todo, el Hombre Nuevo de Fidel Castro acabó como sus experimentos genéticos: nadie tiene idea de adónde fueron a parar las razas vacunas que creó en los 60, F1, F2 y F3.
Por eso mismo, tal vez nadie vaya al rescate del hijo potencial del canciller Bruno. Ni de ningún otro joven en la isla. Que Dios ayude a la juventud cubana: tendrá que hacer lo mismo que hace la de estas tierras, y de las demás tierras: buscarse la vida y lo que es más, buscarle un sentido y vivirla plenamente.

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