15-3-2010 03:37:59
EL caso «Orlando Zapata» está teniendo para la dictadura cubana efectos devastadores que nunca pudo imaginar. Los hermanos Castro creyeron que con dejar morir al disidente y difundir a través de sus terminales mediáticas que se trataba de un delincuente común, la cosa se olvidaría, como tantas otras de sus fechorías. Olvidaban que no hay sangre más fecunda que la de los mártires, ni protesta más eficaz que la pacífica. Hoy se encuentran más aislados, acusados y desprestigiados que nunca, sin que el vergonzante apoyo que les presta Moratinos pueda evitarlo. La reciente condena del parlamento europeo es la mejor prueba.
Pero tal desprestigio no es nada comparada con el que sufre la izquierda intelectual. Hasta hace muy poco, eran esos dos términos unidos como hermanos siameses. El intelectual tenía que ser de izquierdas, y si no era de izquierdas, no era intelectual. Tan simple como eso. Nada de extraño que, como grandes sacerdotes de la ética, reclamasen una superioridad moral no sólo sobre las demás fuerzas políticas, sino también sobre el resto de la ciudadanía, cuyo papel rector exigían sin que nadie se lo disputase.
Eso ya no es así. Diría incluso que es justo lo contrario. A estas alturas, la izquierda intelectual se ha quedado reducida a actores de segunda clase y a cantantes de fiestas mayores, después de haber renunciado a los ideales de igualdad, libertad y fraternidad, más los de tolerancia y al internacionalismo que proclamó en su día. La izquierda ha abandonado la tolerancia para unirse al más cerrado nacionalismo, como sabemos bien en España. De la igualdad, baste decir que la clase dirigente del «socialismo real», el comunismo, dispone no sólo de hospitales, escuelas viviendas y hoteles distintos al común de la población, sino también de un dinero diferente para comprar en tiendas especiales. De la libertad, recuerden lo que Lenin dijo a Fernando de los Ríos: «¿Libertad? ¿Para qué?» Y sin libertad ni igualdad, ya me dirán ustedes dónde se queda la fraternidad. Sin que valga argüir que eso sólo ocurría y ocurre en los regímenes comunistas. Ocurre también en los socialdemócratas e incluso en los capitalistas, si se les deja. Ahí tienen ustedes a los sindicatos, «defensores de la clase obrera». ¿Están seguros? ¿O defienden sólo a los trabajadores con empleo fijo y a los funcionarios de la Administración? Pues por los demás no les hemos visto mover un dedo. O sea, defienden a los ya instalados. ¡Menuda solidaridad es ésa! Aparte de formar sus dirigentes parte del sistema, como un grupo de presión, como otros tantos.
Hago estas reflexiones ante la carta que circula por la Red pidiendo la liberación de todos los disidentes en Cuba, firmada por auténticos intelectuales, comprometidos con los ideales de una izquierda convertida en refugio de vividores y reaccionarios.
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